sábado, 5 de marzo de 2011

TEMAS DE DESCARTES





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TEMA: El cogito y el criterio de verdad.

Pero para fundar la filosofía hay que basarse únicamente en evidencias absolutas. Descartes usa la duda metódica, duda de todo para ver si queda algo indubitable y cierto. Pero advierte en seguida que, aun queriendo pensar que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa.

“Y al advertir que esta verdad –pienso luego soy (cogito, ergo sum, Je pense, donc je suis)- era tan firme y segura que las suposiciones más extravagantes de los escépticos no eran capaces de conmoverla, juzgué que podía aceptarla sin escrúpulos como el primer principio de la filosofía que buscaba”

El cogito es la primera verdad en el orden del conocimiento; y ello en dos sentidos: por una parte porque es la primera verdad a la que llegamos cuando hacemos uso de la duda metódica, y en segundo lugar porque a partir de ella podemos fundamentar todas las demás. En relación con la famosa frase “pienso, luego existo” es necesario hacer las siguientes precisiones:

Aunque Descartes presenta este conocimiento en forma de razonamiento (“luego...”)
no llega a esta verdad a partir de una demostración. No llega de esta manera porque la duda metódica (particularmente la hipótesis del genio maligno) pone en cuestión precisamente el valor de la razón deductiva. Además, como nos dice el propio Descartes en su “Respuesta a las Segundas Objeciones” si esta proposición fuese la conclusión de algún silogismo, habríamos necesitado conocer previamente la mayor “todo lo que piensa es o existe” la cual se fundamenta precisamente en la observación de que uno mismo no puede pensar si no existe, puesto que las proposiciones generales las obtenemos del conocimiento de las particulares. El “cogito, ergo sum” es una intuición.

En Descartes pensar tiene un significado genérico y viene a ser
sinónimo contenido psíquico. El propio Descartes nos dice que con la palabra “pensar” entiende “todo lo que se produce en nosotros de tal suerte que lo percibimos inmediatamente por nosotros mismos; por esto, no sólo entender, querer, imaginar sino también sentir es la misma cosa aquí que pensar”. El rasgo común a entender, querer, pensar, sentir, (y pensar en sentido estricto, pensar como razonar o conceptualizar) es el que de ellos cabe una percepción inmediata, o en nuestro lenguaje, que todas estas vivencias tienen el atributo de la consciencia. Todo acto mental presenta la característica de ser indudable, ninguno de ellos puede ser falso, por lo que valdría tanto decir “recuerdo, luego existo”, “imagino, luego existo”, “deseo, luego existo”, “sufro, luego existo”, que “pienso luego existo”. San Agustín anticipó esta primera verdad con su “si fallor, sum”, si me equivoco, existo; aunque en San Agustín este descubrimiento no tiene la importancia que tiene en la filosofía cartesiana.

El cogito se va a convertir en criterio de verdad: en la proposición “pienso, luego existo” no hay nada que asegure su verdad excepto que se ve con claridad que para pensar es necesario existir. Por eso podemos tomar como regla general que “las cosas que concebimos más claras y más distintamente son todas verdaderas”.

Descartes obtiene el criterio de verdad a partir de la primera verdad descubierta con el ejercicio de la duda metódica. Lo que garantiza la verdad de la proposición “pienso, luego existo” es su claridad y distinción, por lo que podemos aceptar como “una regla general que todas las cosas que percibo muy clara y distintamente son verdaderas” (“Tercera Meditación”).

Como ejemplo de claridad y distinción, y de sus opuestos, oscuridad y confusión, cabe poner ejemplos tomados de la percepción. Cuando decimos “el gato está encima de la cama” mi conocimiento es “claro” si estoy viendo al gato encima de la cama; es “oscuro” si hago dicho juicio sin tener delante de mí a dicho gato. Si miro por la ventana al último árbol del jardín, las ramas que tiene se me presentan de forma “confusa”, ya que no soy capaz de ver con precisión cada una de ellas, las percibo mezcladas unas con otras, no veo con distinción los límites de cada una de ellas. Desde el punto de vista cartesiano también cabe claridad y distinción de conocimientos intelectuales.
Respecto de la proposición “pienso, luego existo”, se tiene un conocimiento “oscuro”, pues, nos limitamos a repetir sin evidencia la frase cartesiana. Si conocemos cada uno de los pasos de la duda metódica, tenemos un conocimiento “claro”. Si no podemos separar nuestros estados emocionales de nuestros pensamientos, tenemos un conocimiento confuso.

Descartes llama intuición a todo acto mental que capta una realidad con claridad y distinción. El error aparece cuando nuestra voluntad nos lleva a asentir a proposiciones que no se muestran con claridad ante nuestra mente. Si sólo aceptásemos como verdadero aquello que se presenta con claridad, nunca nos equivocaríamos. Las demostraciones geométricas tienen precisamente certidumbre porque se fundan sólo en la evidencia, en la claridad. Tenemos evidencia plena de las nociones comunes (verdades eternas que descansan en nuestras propia razón) y de las naturalezas simples: “de la nada no puede hacerse algo”, “una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo”, “el que piensa no puede dejar de ser o de existir mientras piensa”, ...

De todos modos este “criterio de verdad” no tiene total garantía hasta que no se demuestra la existencia de Dios y su bondad, y ello, básicamente, por la radicalidad de la duda metódica: la hipótesis del genio maligno pone en cuestión incluso la veracidad de aquello que parece mostrarse como más evidente (con claridad y distinción), por ejemplo que dos más tres sean realmente cinco, y llega a cuestionar la propia matemática, tanto las proposiciones matemáticas a las que se llega por deducción, como las verdades más simples a las que parece llegarse por intuición. Muchos lectores de las “Meditaciones metafísicas” han señalado que en este punto Descartes parece caer en un círculo vicioso: podemos llegar a la demostración de la existencia de Dios si vemos con “claridad y distinción” que cada uno de los pasos que seguimos en la argumentación es verdadero. Pero, a su vez, la claridad y distinción como criterio de verdad para conocimientos que no son los del cogito, sólo queda suficientemente justificada si Dios existe.











TEMA: Las demostraciones de la existencia de Dios.

Todo el sistema cartesiano reposa sobre la existencia de una substan cia infinita:
-el criterio de evidencia encuentra su última garantía en Dios. Se podría dudar incluso de la misma evidencia; si las ideas claras y distintas son siempre verdaderas es porque Dios -que es un Dios bueno y veraz, y no un “genio engañador”- no ha podido dotar al hombre de una facultad de conocimiento que le induzca al error;
-las substancias se mantienen en la existencia gracias a una creación continua;
-el mundo se mueve gracias al primer impulso recibido de Dios (quien también conserva constante la cantidad de movimiento-reposo otorgada al mundo).

Descartes demuestra la existencia de Dios basándose en la idea de ser perfecto. Esta prueba, la presenta en la “Tercera Meditación”. La principal diferencia respecto de las Cinco Vías es que éstas parten de la observación de la realidad. En el momento de la duda metódica en el que se incluye la prueba aún no sabe si existen cosas distintas a su propio pensamiento. Sólo le cabe mirar en su interior, ver si hay distintos niveles de perfección en sus ideas y reflexionar sobre la causa de la aparición en su mente de dichas ideas.

Comienza distinguiendo dos aspectos en las ideas:
Todas las ideas son en un sentido semejantes y en otro distintas: la idea de mesa es semejante y distinta a la idea de color, es semejante en la medida en que ambas son ideas, pero es distinta porque una representa una mesa, es decir, representa una substancia, y otra representa el color, es decir, representa un accidente; la realidad objetiva de cada idea es distinta; podemos hablar de unas ideas más perfectas que otras, perfección que les viene dada de la perfección que cabe atribuir a lo representado en ellas: así la idea de ángel es más perfecta que la idea de libro, porque los ángeles son más perfectos que los libros.
Si nos preguntamos cuál de todas nuestras ideas es la más perfecta, cuál tiene más realidad objetiva, tendríamos que decir que la idea de Dios pues reúne las ideas de todas las perfecciones en las que podamos pensar; la idea de Dios es la idea del ser sumamente perfecto.

Introduce el principio metafísico de que la realidad que se encuentra en el efecto no puede ser superior a la realidad de la causa; Descartes hace un catálogo de las ideas que encuentra en sí mismo: unas representan a hombres, otras a animales, otras a ángeles, unas representan substancias, otras atributos. Cree que puede encontrar en sí mismo el fundamento y la perfección adecuada para dar cuenta de casi todas las ideas;
La idea de perfección absoluta no se puede explicar a partir de las facultades del propio sujeto, luego debe estar en nuestra mente porque un ser más perfecto que nosotros nos la ha puesto; debe se innata. Ese ser es Dios. Muchos filósofos consideran que la idea de infinito proviene, por negación de los límites, de la idea de lo finito, Descartes invierte esta relación afirmando que la noción de finitud, de limitación, presupone la idea de infinitud.
Conclusión: “aunque yo tenga la idea de substancia en virtud de ser yo una substancia, no podría tener la idea de una substancia infinita, siendo yo finito, si no la hubiera puesto en mí una substancia que verdaderamente fuese infinita”, luego Dios existe.

En segundo lugar usa una prueba basada en la imperfección y dependencia de mi ser, pues soy un ser finito. Dios será en esta prueba causa de mí, no ya de la idea de él que en hay mí. La prueba es de corte tomista y recuerda la tercera vía.
Soy consciente de mi imperfección, me doy cuenta de mi limitación precisamente por mi ignorancia, por el hecho de que dudo: si fuese absolutamente perfecto y la causa de mi propio ser, me habría creado como sabio, no como ignorante.
La contingencia de mi ser no se refiere sólo al hecho de que haya necesitado de otro ser para existir o empezar a ser, sino también a mi incapacidad para continuar viviendo sólo a partir de mi mismo. La fragilidad de mi existencia es tal que en cualquier momento podría no existir: los distintos momentos de la temporalidad de mi vida como ser pensante son independientes: unos (los posteriores) no pueden explicarse absolutamente a partir de otros (los anteriores); y si ello es así debo suponer que existe un ser distinto a mí mismo que sea la causa de que yo perdure, de mi vida como una totalidad que se da en el tiempo, de mi vivir. En conclusión, Descartes llegará a Dios más que como consecuencia de que Él sea necesario para explicar nuestra creación, porque es necesario para explicar la conservación de nuestro ser.

La tercera prueba de la existencia de Dios es el argumento ontológico, parte de la idea de dios como la de un ser absolutamente perfecto.
Todo lo que conozco clara y distintamente como perteneciente a ese objeto, le pertenece realmente; sé, por ejemplo, que todas las propiedades que percibo clara y distintamente que pertenecen a un triángulo, le pertenecen realmente; en la idea de Dios está comprendido el ser absolutamente perfecto; si investigamos con exactitud su naturaleza, encontramos que a ésta le pertenece la infinitud; Descartes considera la existencia como una propiedad puesto que puede ser atribuida a una cosa (tesis con la que no estará de acuerdo Kant); así, la existencia posible es una perfección en la idea de un triángulo porque la hace más perfecta que las ideas de todas las quimeras que no pueden ser producidas. Pero la existencia necesaria es una perfección aún mayor. El existir realmente hace de algo más perfecto que el existir meramente en el pensamiento o que la mera posibilidad de existir; la existencia necesaria y eterna está comprendida en la idea de un ser absolutamente perfecto;luego Dios existe.

En la idea de Dios está comprendida su existencia del mismo modo que en la idea del triángulo está el que la suma de los tres ángulos internos sea igual a dos rectos. Señala también que esto no ocurre con ninguna entidad distinta a Dios: en las ideas de las otras entidades encontramos contenida sólo la posibilidad de existencia, no su realidad. En Dios –y sólo en Él– se encuentra en su naturaleza o esencia la existencia necesaria.

Descartes considera que la evidencia de esta prueba es la misma que la que tene mos de que dos es un número par, tres es un número impar y cosas semejantes. Considera, sin embargo, que los prejuicios nos impiden reconocer la verdad de este argumento: en todos los seres distintos a Dios distinguimos la esencia de su existencia, y si no elevamos nuestro espíritu de las cosas finitas y sensibles a la contemplación de Dios, entonces podremos dudar si la idea que tenemos de Él no es como la que tenemos de las cosas finitas. Si atendemos sólo a las cosas sensibles nos acostumbramos a pensar en las cosas únicamente imaginándolas, por lo que acabamos considerando que si algo no es imaginable no es inteligible ni real, pero Dios y alma no se ofrecen a los sentidos ni de ellos cabe, propiamente, imaginación, aunque sí pensamiento.

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