domingo, 25 de noviembre de 2012

PLATON Fragmentos


El amor segun Platón

Fragmento de El banquete

Éstas son, pues, las cosas del amor en cuyo misterio también tú, Sócrates, tal vez podrías iniciarte. Pero en los ritos finales y suprema revelación, por cuya causa existen aquéllas, si se procede con buen método, no sé si serías capaz de iniciarte. Por consiguiente, yo misma te los diré y no escatimaré ningún esfuerzo; intenta seguirme, si puedes. Es preciso, en efecto, que quien quiera ir por el recto camino a ese fin comience desde joven a dirigirse hacia los cuerpos bellos. Y, si su guía lo dirige rectamente, enamorarse en primer lugar de un solo cuerpo y engendrar en él bellos razonamientos; luego debe comprender que la belleza que hay en cualquier cuerpo es afín a la que hay en otro y que, si es preciso perseguir la belleza de la forma, es una gran necedad no considerar una y la misma belleza que hay en todos los cuerpos. Una vez adquirido este concepto, debe hacerse amante de todos los cuerpos bellos y calmar ese fuerte arrebato por uno solo, despreciándolo y considerándolo insignificante. A continuación debe considerar más valiosa la belleza de las almas que la del cuerpo, de suerte que si alguien es virtuoso del alma, aunque tenga un escaso esplendor, séale suficiente para amarle, cuidarle, engendrar y buscar razonamientos tales que hagan mejores a los jóvenes, para que sea obligado, una vez más, a contemplar la belleza que reside en las normas de conducta y a reconocer que todo lo bello está emparentado consigo mismo, y considere de esta forma la belleza del cuerpo como algo insignificante. Después de las normas de conducta debe conducirle a las ciencias, para que vea también la belleza de éstas y, fijando ya su mirada en esa inmensa belleza, no sea, por servil dependencia, mediocre y corto de espíritu, apegándose como esclavo, a la belleza de un solo ser, cual la de un muchacho, de un hombre o de una norma de conducta, sino que, vuelto hacia ese mar de lo bello y contemplándolo, engendre muchos bellos y magníficos discursos y pensamientos en inagotable filosofía, hasta que fortalecido entonces y crecido descubra una única ciencia cual es la ciencia de una belleza como la siguiente. Intenta ahora prestarme la máxima atención posible. En efecto, quien hasta aquí haya sido instruido en las cosas del amor, tras haber contemplado las cosas bellas en ordenada y correcta sucesión, descubrirá de repente, llegando ya al término de su iniciación amorosa, algo maravillosamente bello por naturaleza, a saber, aquello mismo, Sócrates, por lo que precisamente se hicieron todos los esfuerzos anteriores, que, en primer lugar, existe siempre y ni nace ni perece, ni crece ni decrece; en segundo lugar, no es bello en un aspecto y feo en otro, ni unas veces bello y otras no, ni bello respecto a una cosa y feo respecto a otra, ni aquí bello y allí feo, como si fuera para unos bello y para otros feo. Ni tampoco se le aparecerá esta belleza bajo la forma de un rostro ni de unas manos ni de cualquier otra cosa de las que participa un cuerpo, ni como razonamiento, ni como una ciencia, ni como existente en otra cosa, por ejemplo, en un ser vivo, en la tierra, en el cielo o en algún otro, sino la belleza en sí, que es siempre consigo misma específicamente única, mientras que todas las otras cosas participan de ella de una manera tal que el nacimiento y muerte de éstas no le causa ni aumento ni disminución, ni le ocurre absolutamente nada. Por consiguiente, cuando alguien asciende a partir de las cosas de este mundo mediante el recto amor de los jóvenes y empieza a divisar aquella belleza, puede decirse que toca casi el fin. Pues ésta es justamente el recto método de acercarse a las cosas del amor o de ser conducido por otro: empezando por las cosas bellas de aquí [de este mundo] y sirviéndose de ellas como de peldaños ir ascendiendo continuamente, sobre la base de aquella belleza, de uno solo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos, y partiendo de éstos terminar en aquél conocimiento que es conocimiento no de otra cosa sino de aquella belleza absoluta, para que conozca al fin lo que es la Belleza en sí. En este periodo de la vida, querido Sócrates, más que en ningún otro, le merece la pena al hombre vivir: cundo contempla la Belleza en sí. Si alguna vez llegas a verla, te parecerá que no es comparable ni con el oro ni con los vestidos, ni con los jóvenes y adolescentes bellos, ante cuya presencia ahora te quedas extasiado y estás dispuesto, tanto tú como otros muchos, con tal de poder ver al amado y estar siempre con él, a no comer ni beber, si fuera posible, sino únicamente a contemplarlo y estar en su compañía. ¿Qué debemos imaginar, pues, si le fuera posible a alguno ver la belleza en sí, pura, limpia, sin mezcla y no infectada de carnes humanas, ni de colores ni, en suma, de otras muchas fruslerías mortales, y pudiera contemplar la divina Belleza en sí, específicamente única? ¿Acaso crees que es vana la vida de un hombre que mira en esa dirección, que contempla esa belleza con lo que es necesario contemplarla y vive en su compañía? ¿O no crees que sólo entonces, cuando vea la belleza con lo que es visible, le será posible engendrar, no ya imágenes de virtud, al no estar en contacto con una imagen, sino virtudes verdaderas, ya que está en contacto con la verdad? Y al que ha engendrado y criado una virtud verdadera, ¿no crees que le es posible hacerse amigo de los dioses y llegar a ser, si algún otro hombre puede serlo, inmortal también él?


* * *
Esto, Fedro, y demás amigos, dijo Diotima y yo quedé convencido; y convencido intento también persuadir a los demás de que para adquirir esta posesión difícilmente podría uno tomar un colaborador de la naturaleza humana mejor que Eros. Precisamente, por eso, yo afirmo que todo hombre debe honrar a Eros, y no sólo yo mismo honro las cosas del Amor y las practico sobremanera, sino que también las recomiendo a los demás y ahora y siempre elogio el poder y valentía de Eros, en la medida en que soy capaz. Considera, pues, Fedro, este discurso, si quieres, como un encomio dicho en honor de Eros o, si prefieres, dale el nombre que te guste y como te guste.




PLATON: comunidad de mujeres y niños





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Las mujeres deben ser empleadas en las mismas tareas que los hombres, enseñándoles las mismas cosas (tanto la música como la gimnasia y las artes de la guerra). Platón es consciente de que esto va contra el tradicional papel de la mujer en la sociedad griega, y que a algunos puede parecer ridícula su práctica. Pero mantiene que las naturalezas de la mujer y la del hombre son a la vez diferentes e idénticas, por lo que "no hay ninguna ocupación entre las concernientes al gobierno del Estado que sea de la mujer por ser mujer nni del hombre en tanto hombre, sino que las dotes naturales están similarmente distribuidas entre ambos seres vivos, por lo cual la mujer participa, por natualeza, de todas las ocupaciones, lo mismo que el hombre; sólo que en todas la mujer es más débil que el hombre" (455d). Las mujeres deberán pues ocupar las mismas tareas, tanto las relativas a la guerra como a la vigilancia del Estado, aunque habría que confiarles las más livianas de esas tareas, "por la debilidad de su sexo".
Respecto al matrimonio, ninguna mujer cohabitará en privado con ningún hombre, y los hijos serán comunes, "y ni el padre conocerá a su hijo ni el hijo al padre". Además, el legislador deberá conformar los matrimonios, seleccionando las parejas "de naturaleza similar". El Estado no permitirá las uniones irregulares, buscando "la procreación de los mejores", evitando la degeneración de la raza. Así, "es necesario que los mejores hombres se unan sexualmente a las mejores mujeres; y lo contrario, los más malos con las más malas; y hay que criar a los hijos de los primeros, no a los de los segundos, si el rebaño ha de ser sobresaliente. Y siempre que sucedan estas cosas permanecerán ocultas excepto a los gobernantes mismos, si, a su vez, la manada de los guardianes ha de estar, lo más posible, libre de disensiones" (459e) (Curioso uso político de los términos manada y rebaño).
Platón justifica el uso de la mentira y el engaño por parte de los gobernantes "para beneficio de los gobernados". Así, para arreglar los matrimonios convenientes para el Estado, instituirán festivales y harán "ingeniosos sorteos", "para que el mediocre culpe al azar de cada cópula, y no a los gobernantes" (460a). Del mismo modo, "a los jóvenes que son buenos en la guerra o en alguna otra cosa debe dotárselos de honores y otros premios, y en especial de una más plena libertad para acostarse con mujeres, para que, al mismo tiempo, sirva de pretexto para que de ellos se procree la mayor cantidad posible de niños" (420b).
Estas polémicas medidas eugenésicas se agravan cuando Platón sostiene que los niños nacidos estarán bajo el cargo de los magistrados, que los llevarán a "una guardería junto a institutrices que habitarán en alguna parte del país separadamente del resto. En cuanto a los de los peores, y a cualquiera de los otros que nazca defectuoso, serán escondidos en un lugar no mencionado ni manifiesto, como corresponde" (460c). Las madres serán conducidas a la guardería "cuando estén con los pechos henchidos, poniendo el máximo ingenio para que ninguna perciba que es su hijo". Las mujeres, por tanto, deben parir para el Estado desde los veinte a los cuarenta años. Más allá de esa edad, los niños nacidos no serían alimentados. Existe el problema del incesto: cómo distinguir entre padres e hijos. Si las relaciones entre padres e hijos vienen condicionadas por la diferencia de edad, las relaciones entre hermanos, más difíciles de distinguir, podrían permitirse "si el sorteo así lo decide y la Pitia lo aprueba".
Con estas polémicas medidas respecto a la familia y el matrimonio, Platón cree fomentar la cohesión dentro del Estado, pues éste estará exento "de las disensiones que, por riquezas, hijos y parientes, separan a los hombres". El Estado, además, no se orientará a la felicidad de una sola clase. Por otro lado, los niños serán conducidos a la guerra como observadores, tomando las necesarias precauciones, para contemplar los trabajos que deberán hacer una vez adultos. Tras la guerra, Platón establece cómo ha de comportarse con los enemigos, condenando la esclavitud entre griegos.
Más tarde, Platón se detiene en considerar si todo lo anterior, paradigma del buen Estado, según él, puede realmente llevarse a
la práctica. A Platón le basta con aceptar que "tales cosas pueden llegar a existir", en la convicción de que "a menos que los filósofos reinen en los Estados, o los que ahora son llamados reyes y gobernantes filosofen de modo genuino y adecuado, y que coincidan en una misma persona el poder político y la filosofía..., no habrá, querido Glaucón, fin de los males para los Estados ni tampoco, creo, para el género humano" (473d).



La muerte de Sócrates, según Platón.


Luego que se hubo bañado y trajeron junto a él a sus hijos y llegaron las mujeres de su casa, habló con ellos en presencia de Critón y les dió las órdenes que quiso; despidió a las mujeres y los niños, y vino hacia nosotros. Ya era cerca de la puesta del sol, pues había gastado mucho tiempo dentro. Llegó ya bañado, se sentó, y no le dio tiempo de hablar mucho, cuando llegó el servidor de los once y, de pie junto a él, le dijo:
-Sócrates, no pensaré de ti lo que pienso de otros que se enfurecen contra mí y me maldicen porque les traigo la orden de beber el veneno, según obligan los magistrados .De ti ya he conocido este tiempo en todo que eres el hombre más noble, paciente y bueno de cuantos jamás vinieron aquí, y ahora sé bien que no te enojas contra mí, sino contra los culpables, que ya los conoces, Ahora, pues, como sabes lo que vengo a comunicarte, adiós ,y procura soportar sencillamente lo inevitable.
Y llorando dio la vuelta y se marchó . Sócrates, mirándole, dijo:
-Salud también a ti, y yo haré lo que me dices.
Y luego a nosotros nos dijo:
¡Que amable es! Todo el tiempo solía visitarme y a veces hablaba conmigo, y era un hombre excelente, y ahora, qué noblemente me llora. Mas ea, Critón, obedezcámosle, y que alguien traiga el veneno si ya está molido, y si no, que lo maje el hombre.
Y Critón dijo:
-Me parece a mí, Sócrates, que todavía está el sol más alto que los montes y que aún no se ha puesto. Y además sé que otros lo han bebido ya muy tarde después de recibir la orden, luego de cenar y de beber y de gozar a alguien que acaso les apetecía. No tengas prisa, que aún hay tiempo.
Y Sócrates dijo:
-Con razón esos que tú dices lo hacen, pues creen que ganan algo con hacerlo, y con razón yo no lo haré, pues no me parece que sacaría otro provecho con beber un poco más tarde que el que se rieran de mí por aferrarme a la vida y andar ahorrando lo que ya nada es. Así que -dijo- obedeceré y no me desatiendas.
Critón, entonces. hizo una señal al esclavo que estaba cerca, y el esclavo salió, y después de un poco de tiempo ,volvió acompañado por el que había de dar el veneno, que lo traía disuelto en una copa. Cuando Sócrates le vio, dijo al hombre:
-Vamos, amigo, tú que sabes de esto, ¿qué es lo que hay que hacer?
-Nada más -dijo- que dar unas vueltas después de beber, hasta que te venga en las piernas pesadez, y entonces has de acostarte y de esta manera hará su efecto.
Y con esto alargó la copa a Sócrates. Él la tomó, y muy serenamente, sin temblar ni alterársele ni el color ni el rostro, sino, según solía, mirando de reojo como un toro, al hombre dijo:
-¿Qué dices sobre si con esta bebida es lícito hacer una libación? ¿Se puede o no? -Disolvemos, Sócrates, lo que pensamos que es lo justo para beber.
- Comprendo -dijo él-, más es lícito y necesario orar a los Dioses que sea feliz el traslado desde este mundo hacia allá; lo cual yo les suplico, y así sea. Y diciendo así, aplicó la copa a los labios y con toda sencillez apuró la bebida. Y la mayoría de nosotros, que hasta entonces había podido contener el llanto, cuando, vimos que había bebido, ya no pudimos más y las lágrimas me brotaban con fuerza -cuenta Fedón, el testigo sobre cuya fe lo refiere Platón- y a hilo, de manera que me hube de cubrir con el manto y gemía por mí mismo, que no por él, sino por mi desgracia de perder tal amigo. Y Critón aún antes que yo, como no era capaz de contener las lágrimas, se levantó y salió. Apolodoro, que en todo el tiempo anterior no había cesado de llorar ,entonces se puso a lamentarse y gemir y enfurecerse, y no dejó de quebrantar el ánimo de ninguno de los presentes, excepto del mismo Sócrates. Y él dijo:
-¿Qué hacéis, hombres desconcertantes? Precisamente por ese motivo despedí a las mujeres, para que no cometieran estos excesos, pues en verdad tengo oído que se debe morir en religioso silencio. Así, pues, no alborotéis y conteneos.
Y nosotros al oírle tuvimos vergüenza y retuvimos el llanto. Y él ,después de haber dado unos paseos, dijo que le pesaban las piernas y se acostó boca arriba, que así le había mandado aquel hombre, y en seguida, el que le bahía dado el veneno le tocó, y dejando pasar un poco de tiempo, le examinaba los pies y las piernas, y después le apretó fuertemente los pies y le preguntó si lo sentía, y él dijo que no. Y después le volvió a tocar las piernas, y subiendo así, nos mostró cómo se enfriaba e iba poniendo rígido. Y le iba tocando y dijo que cuando le llegase hacia el corazón entonces se extinguiría. Ya estaba frío el bajo vientre, cuando Sócrates se descubrió, pues estaba cubierto con un velo, y dijo y esto fue su última palabra:
Critón, a Esculapio le debemos un gallo; pagádselo y no lo descuidéis.
Así será -le dijo Critón-; y mira si tienes algo más que decir.
A esta pregunta que le hizo ya no respondió, sino que después de pasar un poco tiempo se movió, y el hombre le descubrió, y tenía ya los ojos parados; y viendo esto Critón, le cerró la boca y los ojos. Esta fue la muerte de nuestro amigo, hombre del que podemos decir que fue el mejor de cuantos en su tiempo conocimos y además el más prudente y el más justo.

Libación:
Antigua ceremonia religiosa, que consistía en derramar vino u otro licor después de probarlo. También puede significar: Degustación de una bebida, generalmente alcohólica o succionar el nectar de las flores.

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