sábado, 10 de abril de 2010

SARTRE: CONTEXTUALIZACION

http://www.alcoberro.info/planes/sartre3.htm



EL EXISTENCIALISMO ES UN HUMANISMO es el resumen de una conferencia que Sartre pronunció el 29 de octubre de 1945 , con el añadido de algunos momentos de la discusión que la siguió. La conferencia marcó un hito en su momento. Hubo gente arremolinada a la entrada y en los días siguientes aparecieron reseñas en los principales periódicos de la época. Las obras de teatro de Sartre habían sido ya grandes éxitos.



La conferencia EL EXISTENCIALISMO ES UN HUMANISMO significaba el esfuerzo, por encontrar una vía de reflexión autónoma, diferente a las dos grandes fuerzas que emergían de la Resistencia: el comunismo y el cristianismo. Al existencialismo le reprochaba los comunistas «invitar a las gentes a permanecer en el quietismo de la desesperación» y ser “subjetivista”, y los cristianos que negaba «la seriedad de las empresas humanas, puesto que si suprimimos los mandamientos de Dios y los valores inscritos en la eternidad, sólo nos queda la estricta gratuidad», nada tiene valor. Además el movimiento existencialista se había vuelto una moda y parecía reducirse a unos tipos que vivían en París y que hacían lo que les daba la gana.



Sartre consigue mostrar que su concepción del humanismo permite superar las tres críticas que este concepto había recibido en ese momento. Tras los horrores de la II Guerra mundial, Hiroshima y Auschwitz, el humanismo se había convertido en algo casi ridículo. Existía una amplia tendencia partidaria de renunciar a la idea misma de “hombre”. Para el marxismo, la solución estaba también en prescindir del humanismo, pero en nombre de un supuesto “hombre concreto” (el proletario). Ese sería el “humanismo real”, por oposición a las abstracciones existencialistas. Finalmente, para el cristianismo el error provenía de la Ilustración, que había privado al ser humano de su dimensión sobrenatural. La filosofía cristiana se considera como una verdadera filosofía humanista en la medida que presenta al hombre como imagen de Dios, o como “sediento” de Dios. Sartre, que ya en LA NÁUSEA había afirmado que los católicos elegían «el humanismo de los ángeles», pues no tenían en cuenta la experiencia del absurdo del dolor humano.



El existencialismo se presenta como una filosofía con un mensaje opuesto al de la metafísica tradicional, es una manera diferente de concebir al ser humano. El existencialismo dignifica al hombre porque no le convierte ni en cosa ni en concepto. Afirmar que «la existencia precede a la esencia» significa rechazar el universo estático común a la metafísica escolástica y al mecanicismo.



El humanismo sartriano concibe al ser humano siempre haciéndose, en construcción, pero ahora en relación con otros sujetos, no se puede vivir en la pura abstracción conceptual. El existencialismo es un humanismo porque recuerda al hombre que no hay otro legislador que él mismo, y que es en el desamparo donde tendrá que decidir y tendrá que buscar fuera de sí un fin para su vida. El hombre está continuamente fuera de sí mismo; es proyectándose y perdiéndose fuera de sí mismo como existe como hombre. La consecuencia es la necesidad del compromiso y el rechazo del quietismo.



En la obra de teatro “A puerta cerrada” estrenada en 1944, se encuentra la famosa frase «el Infierno son los otros», parece difícil de compaginar con la idea del  “compromiso”. La idea de que el intelectual debe comprometerse es muy vieja en la cultura francesa, parte de que el intelectual es una especie de nuevo clérigo. Si el hombre está siempre en construcción, si los valores absolutos no existen entonces no parece claro sobre que base tomar partido. El intelectual no debe dar consejos y quien se los pide “ya sabía lo que iba a hacer”, Sartre pone el ejemplo de un alumno que dudaba entre el amor a su madre y el deber de la Resistencia. Una moral kantiana no resulta válida, se basa en el respeto a la ley, pero no sirve cuando la «situación» no se puede resolver con principios abstractos.



Tampoco existe la posibilidad de usar la ética como consuelo a la manera estoica. Mientras los estoicos defienden la aceptación del destino, para Sartre  no hay nada posible ni imposible, que limite mi voluntad. Debo actuar, implicarme en la acción. Lo importante es si nuestras decisiones, las tomemos en nombre de la libertad.


Compromiso y desamparo se implican mútuamente. En la medida en que “Dios no existe” y no hay nada garantizado, ni transcendencia, ni valores eternos, ni respeto humano, el ser humano está abandonado, no encuentra ni en sí ni fuera de sí nada a que aferrarse.



En 1948 en Las manos sucias examinaba el problema de ser un intelectual y participar en la política al mismo tiempo. Si se deben defender los grandes principios o se debe hacer lo que en cada momento es más útil políticamente.  Hasta el final de su vida, orientará su actividad hacia el marxismo, pero no hacia las formas más ortodoxas de marxismo, su afiliación al partido comunista francés fue muy corta. Criticó los aspectos totalitarios de los regímenes comunistas, pues chocaban con su concepción existencialista del ser humano. Derivó hacia un maoísmo libertario. Apoyó la guerra de liberación de Argelia y criticó la guerra de Vietnam. Participó directamente en la revuelta estudiantil de mayo de 1968.

















CONTEXTUALIZACIÓN FILOSÓFICA


El existencialismo alcanzó su plenitud en Europa en el período de entreguerras. El existencialismo es resultado de la violencia y destrucción que generaron las dos guerras mundiales, que originaron una crisis de conciencia y de valores, lo que llevó a primer plano el sentido de la existencia humana. A la vez el existencialismo representa el colosal esfuerzo del hombre por recuperar los valores singulares de la naturaleza humana, frente al proceso despersonalizador iniciado en el siglo XIX.

Las dos corrientes filosóficas más importantes a principio de siglo eran el idealismo hegeliano y el materialismo mecanicista. El primero subordinaba a los hombres concretos a la marcha de la historia, el segundo reducía al hombre a sus procesos fisiológicos. Las angustias y anhelos del hombre quedaban completamente fuera de la reflexión filosófica. A nivel político el auge de los totalitarismos actuaba en el mismo sentido, reducía al individuo a una pieza anónima de la gigantesca maquinaria del estado.


El existencialismo es también el intento de cubrir el vacío creado por el derrumbe del cristianismo, pues procura una vía de salvación para los que han perdido la fe religiosa. Aborda problemas religiosos como la libertad, la culpa, el compromiso, la contingencia. El ateísmo defendido por Marx y Nietzsche se fue extendiendo a lo largo del siglo XX. Nietzsche ya había descubierto que el ateísmo transformaría la vida del hombre, pues es el fundamento de la moral y la religión. El resultado es el nihilismo, una profunda incertidumbre que se puede comparar a la que provocó el crack del 29 o la guerra mundial. El existencialismo es el intento de buscar una camino para un mundo que se ha metido en un callejón sin salida.

El existencialismo hace una llamada a cada hombre singular para que no lleve una vida vulgar, sino que exista como una persona humana, realizándose plenamente. La conciencia de la finitud, de la nada de la existencia, es lo que permite descubrir la posibilidad de una existencia auténtica, porque entonces desaparecen las falsas ilusiones y seguridades, el hombre se desmasifica y se enfrenta a su propio existir.

La filosofía occidental desde Descartes ha sobrevalorado la razón. Hegel había llegado a afirmar que todo lo racional es real, y que todo lo real es racional. La razón dominada por la lógica cartesiana destruye la vida, como ya había señalado Nietzsche. Para el existencialismo las cosas no deben ser pensadas, sino vividas. La razón está al servicio de la existencia. Las verdades objetivas y universales de la razón abstracta no interesan a los existencialistas, cada cual debe buscar su verdad subjetiva y particular. Hay vivencias que no pueden ser comprendidas dentro de un conocimiento objetivo.

La razón abstracta usa conceptos generales que son aplicables a una multitud de sujetos, pero que no pueden captar las vivencias y la individualidad, de hecho las rechaza en su afán de captar la esencia común. La existencia es el primer valor, lo más importante. La razón no puede captar al sujeto, todo conocimiento racional es objetivo, pero por definición el sujeto no puede ser objeto. El sujeto es incognoscible.

El existencialismo es una protesta contra la fe en el poder ilimitado de la razón. Esta fe es una creencia irracional, la experiencia muestra que los poderes de la razón tienen límites, como ya señaló Kant. El conocimiento racional sólo abarca un sector de la realidad humana.

El existencialismo, siguiendo las huellas de la filosofía cartesiana y de la fenomenología, tiene como punto de partida la subjetividad del individuo. La subjetividad se expresa en esta verdad: “pienso luego soy”; ésta es la verdad absoluta de la conciencia captándose a sí misma, y a partir de ella se ha de construir la filosofía. El problema del materialismo es que trata al hombre como un objeto, como una cosa más del mundo; pero el existencialismo quiere reivindicar para el hombre un conjunto de valores distintos a los del reino material. Y esto es posible si nos captamos a nosotros mismos como sujetos.

Sartre rechaza que el existencialismo fuera una filosofía de la subjetividad y por lo tanto de la individualidad (del individualismo burgués, para los críticos de izquierdas). Sartre rechaza el individualismo más radical, el solipsismo. El solipsismo es la doctrina filosófica según la cual es indudable la existencia de uno mismo y radicalmente dudosa e injustificable la existencia de los otros seres, incluidas las otras personas. Si uno sigue el camino cartesiano para el descubrimiento de una verdad indudable, puede concluir que es indudable la existencia de la mente propia, pero a costa de resultarle al menos problemática la existencia de los otros seres. Descartes consigue superar el solipsismo con el recurso de la existencia y bondad de Dios, que le sirve de garantía de la creencia en la existencia de los otros objetos.

Sartre acepta esta línea de búsqueda de una verdad indudable, aunque cree innecesario recurrir a Dios para justificar la creencia en la existencia de las otras subjetividades: la filosofía, nos dice, debe partir de una verdad no problemática, de una verdad indudable y ésta es el famoso “pienso luego existo” y la subjetividad; pero considera que la idea de una subjetividad humana encerrada en sí misma, la idea del solipsismo, carece de sentido. Para Sartre lo indudable es tanto la propia subjetividad como la ajena: el otro es tan cierto para nosotros como nosotros mismos. Sólo tenemos una noción de nosotros mismos en la medida en que el otro nos capta, nos valora, nos estima o detesta. Siempre contamos con el otro: necesitamos de los demás, de sus juicios, complicidades y rechazos para ser conscientes de la totalidad de nuestras dimensiones.

La más importante experiencia del otro es lo que Sartre llama la mirada: cuando el otro nos mira captamos en él no a un objeto, no a un objeto del que nada podamos temer o que pueda ser utilizado por nosotros sin consecuencias, captamos que tras su mirada se encuentra una subjetividad. Hay un protagonista del mirar, un ser del que se pueden esperar cosas. La mirada del otro nos hace conscientes de nosotros mismos pues el otro nos objetiva, por esto trae consigo los sentimientos de miedo, vergüenza y orgullo: miedo ante la posibilidad de ser usados por el otro, vergüenza de hacer manifiesto nuestro ser, orgullo al captarnos a nosotros mismos como sujetos. La vergüenza es una vivencia, sobre uno mismo, sentimos vergüenza de lo que somos. En la vergüenza se da una cierta duplicidad de protagonistas: es vergüenza de uno mismo, pero de uno mismo al ser visto por otro, es por lo tanto una de las más importantes expresiones de la experiencia intersubjetiva, de la experiencia o presencia del otro.

Ante la presencia del otro caben dos actitudes: o bien nos afirmamos como sujetos y en esa afirmación nos apropiamos de la libertad del otro y cosificamos su ser, o bien intentamos captar al otro en su libertad, en su ser sujeto, pero a costa de perder nuestra libertad y convertirnos en meros objetos. Sartre pone como ejemplos de conductas del segundo tipo el amor, el lenguaje y el masoquismo y como ejemplos del primer tipo la indiferencia, el deseo, el sadismo y el odio De cualquiera de las dos maneras la relación entre las subjetividades será siempre conflictiva, será una lucha entre libertades. De aquí su pesimista conclusión “el infierno son los otros”.

http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiacontemporanea/Sartre/Principal-Sartre.htm

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