sábado, 10 de abril de 2010

SARTRE TEMAS



Tema: ATEÍSMO Y LIBERTAD.
El existencialismo es el esfuerzo de sacar todas las consecuencias de una posición atea coherente. El existencialismo no es un ateísmo pues se agotaría demostrando que Dios no existe. Aunque Dios existiera no cambiaría nuestro punto de vista, el problema no es la existencia de Dios, sino que el hombre se encuentre a sí mismo y se convenza de que nada o nadie puede salvarlo de sí mismo.
Es muy incómodo que Dios no exista, porque con él desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible; no está escrito en ninguna parte que el bien exista, que haya que ser honrado, que no haya que mentir; puesto que precisamente estamos en un plano donde solamente hay hombres. Dostoievsky escribe: "Si Dios no existiera, todo estaría permitido".
La idea del hombre como un ser libre es una consecuencia inevitable del ateísmo. La concepción creacionista es semejante a la visión técnica del mundo. Cuando Dios crea las cosas del mundo las crea a partir de la idea que se ha hecho de ellas, del mismo modo que el artesano crea un libro a partir de la idea que de él se ha formado, y por ello el hombre individual es una realización del concepto de hombre que Dios tiene en su mente. Si Dios no existe hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto.
Con esta tesis Sartre señala la peculiar posición del ser humano respecto del resto de seres: empieza existiendo, no teniendo un ser propio, empieza siendo una nada, y se construye a sí mismo a partir de sus proyectos; el hombre es lo que ha proyectado ser. De este modo, Sartre relaciona la libertad con la falta de naturaleza: tener una naturaleza o esencia implica que el ámbito de conductas posibles están ya determinadas.
La reivindicación sartriana de la libertad es tan radical que le lleva a negar cualquier género de determinismo. No cree en el determinismo teológico, ni biológico ni social: ni Dios nos ha dado un destino irremediable, ni la Naturaleza ni la sociedad determinan absolutamente nuestras posibilidades, nuestra conducta. Somos lo que hemos querido ser y siempre podremos dejar de ser lo que somos. Los fines que perseguimos no nos vienen dados ni del exterior ni del interior. No se nace héroe o cobarde, al héroe siempre le es posible dejar de serlo, como al cobarde superar su condición. Estamos condenados a ser libres: condenados porque no nos hemos dado a nosotros mismos la libertad, no nos hemos creado, no somos libres de dejar de ser libres.
Aunque todo hombre está en una situación, nunca ella le determina. La libertad se presenta como el modo de enfrentarse a la situación. Ni siquiera los valores, la ética, se presentan como un límite de la libertad, pues los valores no existen antes de que nosotros los queramos, no existen los valores como realidades independientes de nuestra voluntad, los valores morales los crea nuestra determinación de hacer real tal o cual estado de cosas. Al escoger unos valores en vez de otros, la voluntad les da realidad. La libertad se refiere a los actos y voliciones particulares, pero más aún a la elección del perfil básico de mí mismo, del proyecto fundamental de mi existencia, proyecto que se realiza con las voliciones particulares.
El ser humano es radicalmente responsable: no tenemos excusas, lo que somos es una consecuencia de nuestra propia libertad de elección; somos responsables de nosotros mismos. El existencialismo es una filosofía de la acción pese a declarar el carácter absurdo de la vida, o que el ser humano es “una pasión inútil”. Esto podría fomentar la pasividad, pero dado que el ser humano es lo que él mismo se ha hecho, dado que somos la suma de nuestros actos y nada más, nos incita a la acción, a ser más de lo que somos.
La contingencia es un rasgo común a todas las cosas, incluido el ser humano. Es “el estar de más”, el existir de modo gratuito, no necesario, sin que exista justificación o necesidad alguna para ello. La noción de contingencia no es exclusiva del pensamiento existencialista. La encontramos, por ejemplo, en Santo Tomás. Todas las cosas finitas son contingentes pues constan de la composición metafísica esencia/existencia. Con esta afirmación, Tomás de Aquino señala el carácter indigente de las cosas finitas, el necesitar inevitable­mente de otras cosas para existir y para ser lo que son. Santo Tomás cree que es precisamente esta falta de fundamento en su ser lo que exige que exista un ser necesario, al que llama Dios. También el empirismo había señalado la contingencia, como uno de los rasgos básicos de la realidad. Sartre continúa la línea empirista pero destacando las consecuencias existenciales de este hecho, la fragilidad de la existencia, la existencia como algo gratuito, tesis que resume de un modo literario señalando que las cosas “están de más” ( y nosotros también).
La gran diferencia entre el pensamiento tomista y el de Sartre está en que Tomás de Aquino considera que hay algo exterior al propio mundo que le sirve a éste de fundamento y que hace inteligible la totalidad de las cosas, les da un sentido. Sartre, sin embargo, rechaza la noción de Dios (a la que incluso llega a considerar absurda), se declara ateo, con lo que radicaliza al máximo la comprensión del carácter gratuito de la existen­cia. El mundo no lo ha creado ningún ser trascendente, existe pero podría perfectamente dejar de existir, y esto se traslada a las cosas concretas: éstas no existen como consecuencia de un supuesto plan o proyecto de la naturaleza o de Dios, tienen existencia bruta, son así pero perfectamente podrían ser de otro modo o no existir. Lo mismo ocurre con el ser humano: estamos “arrojados a la existencia”, nuestra presencia en el mundo no responde a intención ni necesidad alguna, carece de sentido, la vida es absurda, el nacimiento es absurdo, la muerte es absurda.
Posiblemente esta concepción de la gratuidad absoluta de la realidad, de la ausencia de sentido, proyecto o necesidad en el mundo, es el elemento más característico del existencialismo sartreano. De ahí que la experiencia filosófica más importante sea la de la comprensión, no sólo intelectual sino también vital, del absurdo de la existencia. Sartre llama “náusea” a esta experiencia originaria del ser.

Tema: EL HOMBRE COMO PROYECTO.

Sartre considera que no existe la o naturaleza humana. Esto quiere decir que en nosotros no encontramos unos rasgos fijos que determinen los posi­bles comportamientos o las posibles características que podamos tener. Para muchos autores esta afirmación es exagerada: desde las teorías religiosas se defiende que el ser humano, tiene un alma y que ésta es precisamente su naturaleza; desde la biología se indica que nuestra constitución genética se realiza en lo fundamental del mismo modo en todos los seres humanos de todos los lugares y de todas las épocas. Sartre rechaza la existencia de una naturaleza espiritual o física que pueda determinar nuestro ser, nuestro destino, nuestra conducta. Para él el ser humano en su origen es algo indeterminado, y sólo nuestras elecciones y acciones forman nuestra personalidad. Pero si no existe una naturaleza común a todos los seres humanos, ¿por qué llamamos seres humanos a todos los seres humanos?, ¿en qué nos fijamos para reconocer en el otro a un semejante? Sartre introduce el concepto de “condición humana” que son los límites comunes a todos los hombres; serían los siguientes: 1. estar arrojado en el mundo; 2. tener que trabajar; 3. vivir en medio de los demás; 4. ser mortal.
Todo individuo se ha tenido que enfrentar a estos hechos inevitables y ha resuelto de distintos modos los problemas vitales a los que conducen. Con estos cuatro puntos Sartre se refiere a la inevitable sociabilidad humana, a la inevitable libertad en la que vive el hombre y a la inevitable indigencia material de nuestra existencia, indigencia que obliga al trabajo y a las distintas formas de organización social que sobre el trabajo se levantan. La existencia de la “condición humana” es lo que puede hacernos comprensibles los distintos momentos históricos y las vidas particulares; aunque los proyectos humanos sean distintos no nos son extraños porque todos son formas de enfrentarse a estos límites.
Todo proyecto, por muy individual que parezca, tiene un valor universal: “hay universalidad en todo proyecto en el sentido de que todo proyecto es comprensible para todo hombre”. Cuando el individuo elige, lo hace por la humanidad entera. Si yo soy un obrero y me inscribo en un sindicato católico y no en uno comunista, por ejemplo, no hago una elección por mí mismo, sino que elijo por el hombre: al inscribirme en un sindicato católico, estoy recomendando la resignación y diciendo que el paraíso no está en la tierra y que debemos confiar en la otra vida. Si yo me caso con una mujer, aunque los motivos sean de amor, pasión o deseo, estoy comprometiendo a la humanidad en el matrimonio monógamo.
Sartre no niega los condicionamientos de la existencia humana. Los obstáculos que se encuentra el hombre se los crea libremente él mismo hombre, en función de los proyectos que se ha trazado. Si deseo ir a estudiar a Londres, pero no tengo suficiente dinero, me estoy enfrentando con obstáculos que limitan mi libertad, pero si yo hubiera decidido estudiar en mi ciudad donde vivo, no me encontraría con obstáculos insuperables. La libertad del hombre no es para elegir su ser, sino su modo de ser. Un paralítico está condicionado por su situación física, pero hay muchas maneras de ser paralítico, puede desesperarse, rebelarse, ignorar su situación o aceptarla.
Por los actos que vamos realizando nos vamos haciendo de una determinada manera. Nadie nace cobarde o generoso. El ser vencido por una pasión o por una emoción como el miedo, es simplemente un modo de elegir, aunque en ocasiones sea un modo irreflexivo de reaccionar ante las situaciones. La conciencia es la confiere sentido tanto a nuestro entorno como a nuestro pasado. Para unos es una oportunidad lo que para otros es una desgracia. Siempre estaremos en un ambiente y siempre tendremos un pasado. Esto no se puede cambiar pero si podemos cambiar el significado que le demos. Al morir el para-si se transforma enteramente en algo ya hecho, que puede ser considerado objetivamente, como si fuera sólo una cosa, puede ser estudiado por el psicólogo o por el historiador, pero mientras vivimos ni nuestro pasado ni nuestro ambiente determinan lo que somos.
Cada hombre hace una elección original al proyectar su yo ideal, esta proyección implica una serie de valores y una línea de actuación. El ideal de un hombre no siempre coincide con el que el pretende seguir, esto se revela en sus acciones. El proyecto original puede ser cambiado, pero esto requiere un cambio radical, una conversión.
El hombre tiene la posibilidad de engañarse adoptando alguna forma de determinismo, esto es la mala fe, que es un estado de conocimiento y desconocimiento simultáneos. Por un lado se es consciente de la propia libertad, del futuro, que es lo que no es, y por otro lado, no se es consciente de que no se es lo que es, el pasado, así se enmascara la libertad y desaparece la angustia. La mala fe es un autoengañarse, mientras que la mentira es engañar a los demás. Sartre pone como ejemplo de mala fe, el de una joven que deja que un pretendiente ponga una mano sobre la suya, sin tomar en consideración sus intenciones para no tener que tomar una decisión.O el de un camarero excesivamente amable, que al representar su papel oculta su yo singular y único. A la mala fe se le opone la autenticidad.
Comparemos la existencia con la obra de un pintor. El artista no está obligado actualmente a seguir unas normas o cánones, nadie le dice qué cuadro debe pintar. No hay valores estéticos a priori, pero esto no quiere decir que el cuadro no pueda ser valorado a posteriori, una vez terminado. La pintura no puede ser juzgada hasta que está terminada y entonces juzgaremos su originalidad. Lo mismo ocurre en la moral, no podemos decir a priori lo que hay que hacer en cada situación. Pero podemos valorar las acciones negativamente si se han basado en la mala fe. La mala fe es siempre una mala elección porque es una mentira.
Aunque cada hombre tiene un proyecto diferente, existe un proyecto básico que se deriva de la estructura misma del ser-para-si. El hombre aspira a ser el en-si-para-si, ser y conciencia al mismo tiempo. Este ideal coincide con el concepto de Dios, el ser consciente autofundado. El hombre es fundamentalmente deseo de ser Dios. Todos los actos y proyectos traducen esta elección y la reflejan en infinidad de modos diferentes.
Desafortunadamente la idea de Dios es contradictoria, porque la conciencia es la negación del ser. Como consecuencia de esto el hombre es una pasión inútil. El hombre aspira la divinidad pero recae inevitablemente en la opacidad del en-si, su existencia acaba en la muerte. Ni el nacer ni el morir tienen sentido, todo es gratuito y superfluo. El suicidio no elimina el problema, porque la muerte también es inútil. Las cosas no nos pueden servir de apoyo, son indiferentes, incapaces de darnos una explicación. Se que existo, que el mundo existe, eso es todo y da lo mismo. Esto es la náusea.
Esta postura tan radical y tan pesimista que aparece en la novela "La náusea" (1938) y en "El ser y la nada" (1943), evolucionó hacia una postura más optimista en "El existencialismo es un humanismo" (1946), aquí ya no insiste en que el hombre es una pasión inútil, el existencialismo es una doctrina de acción, pero esto no significa que desaparezca la angustia.
El existencialismo no es humanista porque admire a la humanidad por las producciones o valores de algunos hombres concretos, ni porque considere que el ser humano es el más perfecto de todos los seres. Este humanismo no es correcto.
El existencialismo es un humanismo porque es una filosofía de la acción y de la libertad: la dignidad humana está en su libertad, gracias a ella el ser humano siempre trasciende su situación concreta, aspira al futuro sin estar determinado por su pasado, se traza metas y en este trazarse metas construye su ser; de ahí que el existencialismo sea también una doctrina de la acción. Además es una teoría para la cual el único universo es el universo humano; esto quiere decir que la esfera de cosas con las que el hombre trata no están marcadas por algo trascendente, ni por la naturaleza misma; la esfera de cosas que atañen al hombre depende de su propia subjetividad; no hay otro legislador que el hombre mismo.

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