sábado, 10 de abril de 2010

SARTRE NOCIONES


Nociones: ESENCIA Y EXISTENCIA.

En el caso de los objetos artificiales la esencia precede a la existencia; la esencia es el conjunto de rasgos que invariablemente deben estar presentes en un objeto para que este objeto sea lo que es. Cuando queremos fabricar un objeto primero nos hacemos una idea de él, nos formamos un concepto en el que se incluyen las cualidades que le van a definir y su utilidad o finalidad; el concepto expresa en el nivel del pensamiento la esencia del objeto que vamos a fabricar. Así actuamos, por ejemplo, en el caso de un libro: el artesano se ha inspirado en el concepto de libro; intenta que todo aquello a lo que llamamos libro esté presente en el objeto que elabora. En este sentido se puede decir que la esencia es anterior a la existencia, puesto que primero es el concepto del objeto y luego su existencia concreta; la existencia concreta se intenta acomodar a la esencia que se expresa en la definición del objeto.
Según Sartre, los que conciben a Dios como creador lo identifican con un artesano superior, el artesano del mundo: cuando Dios crea las cosas del mundo las crea a partir de la idea que se ha hecho de ellas, del mismo modo que el artesano crea un libro a partir de la idea que de él se ha formado, y por ello el hombre individual es una realización del concepto de hombre que Dios tiene en su mente. En la Edad Moderna la noción de Dios entra en crisis, pero no ocurre lo mismo con la idea de que la esencia precede a la existencia; y, en el caso concreto del hombre, se sigue pensando que existe la naturaleza humana, y a cada hombre como un ejemplo del concepto hombre, exactamente igual que cada libro concreto es un ejemplo del concepto libro.
Si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el ser humano. Tal como lo concibe el existencialista, no es definible, porque empieza por no ser nada. Sólo será después y será tal como se haya hecho. Así pues no hay naturaleza, porque no hay Dios para concebirla. El ser humano es el único que es tal como él se concibe.
La distinción entre esencia y existencia llega a la filosofía occidental de la mano de Tomás de Aquino, quien la había tomado de Avicena, y fue utilizada para fundamentar la distinción entre los seres contingentes y el ser necesario. Según tal posición, Dios, el ser necesario, es el único ser en el que la esencia se identifica con la existencia, es decir, el único ser cuya esencia consiste en existir.
Si prescindimos de la conciencia, el mundo queda reducido a las cosas, al ser-en-si. Sartre hace una presentación abstracta del ser-en-sí, “El ser es. El ser es en-sí. El ser es lo que es”. Con la afirmación “el ser es” Sartre quiere señalar que el ser es realidad, actualidad; en el ser no está presente la nada, ni la diferenciación, ni el movimiento, simplemente es. Por ser compacto, denso, homogéneo, no incluye en su interior duplicidad alguna; Sartre rechaza las nociones tradicionales de acto y potencia, apariencia y realidad; la nada no está presente en el ser, es un atributo que nosotros introducimos en la realidad, como cuando decimos que la semilla no es árbol pero puede serlo, o señalamos que un semicírculo es un círculo incompleto; sólo desde nuestra perspectiva la semilla es árbol en potencia, puesto que noso­tros esperamos que así sea. El ser-en-sí no es consciente, pues la consciencia exige una especie de escisión, de hueco en el ser, y el ser-en-sí es lleno. El ser en-sí es increado; pero por otro lado el ser-en-sí no es causa de sí, simplemente es. Y por ser de este modo, sin justificación, ni sentido alguno, sin poder ser explicado o deducido, está demás; es un puro hecho, sin causa, sin razón, su existencia es absurda.
Además del ser-en-si está el ser-para-si, la conciencia, que es lo que introduce la negación. El hombre es el ser por el que la nada viene al mundo. La conciencia existe como separación o distanciamiento del ser-en-si. El ser-para-si es enteramente relación, no tiene esencia o naturaleza, el ser-para-si es lo que no es, es nada; es por eso libertad, el ser del hombre consiste en ser libre, en no ser nada determinado. El hombre no ha sido creado para ningún fin, esto es lo contrario a lo que ocurre con los artefactos que fabricamos.

Nociones: ANGUSTIA Y RESPONSABILIDAD.
La ausencia de determinismos, orgánico, teológico o social, hace que el hombre sea plenamente responsable de su modo de ser, que lo va adquiriendo a lo largo de su existencia. Esto resulta muy incómodo, preferiríamos no ser responsables y tener excusas para nuestros actos. El hombre que cree en la moral tradicional, que cree en normas válidas para todos, sabe siempre lo que tiene que hacer y se siente seguro y tranquilo. Seguir las normas establecidas es una escapatoria, pues nos ahorra el esfuerzo que supone la creatividad personal.
Pero el existencialista sabe que no son válidas esas normas, y cuando ha realizado una decisión, no puede saber si es buena o mala, esto es lo que crea la angustia. Al caer en la cuenta de la total libertad y responsabilidad de nuestros actos, aparece la angustia, que es un estado de ánimo parecido al que tiene alguien que está al borde de un abismo y se siente a la vez atraído y repelido por el vacío que tiene bajo sus pies.
Sartre llega a declarar que el hombre es angustia. Distingue la angustia del mero miedo: el miedo aparece ante un peligro concreto y se relaciona con el daño o supuesto daño que la realidad nos puede infligir; la angustia no es por ningún motivo concreto, ni de ningún objeto externo, es miedo de uno mismo, de las consecuencias de nuestras decisiones. Es la emoción o sentimiento que sobreviene con la conciencia de la libertad: al darnos cuenta de nuestra libertad nos damos cuenta de que lo que somos y lo que vamos a ser depende de nosotros mismos, de que somos responsables de nosotros mismos y no tenemos excusas; la angustia aparece al sentir­nos responsables radicales de nuestra propia existencia.
La angustia se hace más profunda si tenemos en cuenta que nuestras decisiones no son puramente individuales, al tomar una decisión no sólo nos comprometemos nosotros, sino todos los hombres. Al elegir afirmamos el valor de un modo de ser humano. Por eso la libertad absoluta no induce a una elección irresponsable, ni lleva a la anarquía moral o una elección caprichosa de valores. No se puede elegir una forma de vida y creer que ésta vale sólo para nosotros, no se puede desatender a la pregunta ¿y si todo el mundo hiciera lo mismo? Al elegir nos convertimos en legisladores, por ello siempre nos deberíamos decir: “dado que con mi acción supongo que todo hombre debe actuar así, ¿tengo derecho a que todo hombre actúe así?”. Sartre nos recuerda que el sentimiento de angustia lo conocen todas las personas que tienen responsabilidades, y cita el caso del jefe militar que decide enviar a sus hombres al combate, sabiendo que tal vez los envía a la muerte.
Nadie puede dar respuesta a un dilema que le plantea otro hombre, cada uno tiene que crear su propia escala de valores, válida sólo para él, y tomar sus propias decisiones a partir de ella. Cuando un hombre pide consejo a otro, ya ha decidido, pues acude a alguien cuyas actitudes e ideas le son conocidas. Ha decidido oír lo que desea oír. Tampoco podemos excusarnos en lo que hacen otras personas en idéntica situación, ni imponer a los demás nuestro camino por ser el mejor.
Podría parecer que la angustia lleva a la inacción, pero no es así: la angustia es condición de la acción misma pues si no tuviésemos que elegir no nos sentiríamos responsables ni tendríamos angustia. La angustia acompaña siempre al hombre, no sólo en los casos de decisiones extremas; sin embargo, cuando examinamos nuestra conciencia observamos que muy pocas veces sentimos angustia. En estos casos lo que hacemos es huir de ella adoptando conductas de mala fe, no creyéndonos responsables de nuestras acciones.

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